martes, 30 de enero de 2018

Insurrección a pie

Por XervanteX

Se le empañaron las gafas, pero él siguió caminando de largo, adivinando el camino estaba lleno de obstáculos, y tenía razón, no estaba contento con nada, esta realidad era el engaño pronosticado por los sabios, era una mala generación que le había tocado en el sorteo de la vida, una mujer había cometido el acto a destiempo. Ahora tocaba perpetuar el acto más esperanzador, más sincero: el de aceptar la realidad como caiga, con todo sus pertrechos. Con el rechazo social y el de cualquier mujer, con la insatisfacción por la duración del orgasmo y las pompas de jabón o las mariposas. Con esa osadía del orgullo y la violencia programática, con la complicación de las matemáticas que no ayudan a descifrar nada, con esa enclenque vanidad de las mujeres que entre más se pintan la cara y se perfuman el cuerpo más tontas son, y con la permisividad de las otras que le abren las piernas a cualquiera y no se asustan cuando lo sienten desnudo y sin condón y quizá infecto del papiloma o el VIH. Y luego cuando el cálido caldo primario se segrega sobre ellas y ellas eructan y sonríen.  Y solo arrugan la cara con los cólicos que deben dejar de soportar en la época ingrávida. La realidad va más allá de todo, es como una botella cargada de gasolina y con mecha encendida, como el humo del cigarrillo que se eleva pero que te mata, o como el gemido que se da al aplastarte un dedo o en el orgasmo, o como irte a dormir sin sentido y despertarte también. Creo que a él se le volvieron a empañar las gafas porque no vio el abismo que tenía enfrente, ni la bala que le encontró de repente. Yo me alegro de que nos ahorramos la compra del ataúd y el lote en el cementerio, él ira por allí presente en los intestinos de algún tiburón o un pez espada y desde allá enviará un saludo irreverente. 

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